El 12 de octubre, tal como se aprobó por Ley en 1987, celebramos la “Fiesta Nacional de España”, una fecha que conmemora la unidad de España y el descubrimiento de América.

España es en efecto una de las naciones más antiguas del mundo. Esta festividad no solo se celebra en España, sino que también tiene lugar en varios países hispanoamericanos y en Estados Unidos. En el caso de países como Argentina, Bolivia o Chile, es festivo nacional, mientras que en otros como Perú o Panamá se conmemora, pero no es considerado como festivo.

En esta fecha, en España se organiza el tradicional desfile militar que preside el Rey, en presencia de los poderes del Estado y diferentes líderes autonómicos, entre los que se destaca alguna ausencia durante los últimos años.

Como el propio Gabriel Rufián recordada hace poco, los taxistas que le recogen en la estación de Atocha para ir al Congreso, suelen ponerle el himno nacional a todo volumen en la radio del coche que conducen. Tal vez el 12 de octubre vuelvan a hacerlo si el líder de ERC pasa por la capital del Estado.

El procés

Y es que desde hace tiempo, pero especialmente desde 2017, cuando el llamado procés, entra en su deriva más radical, para situarse al borde del precipicio, cuando la unidad de España parece caminar junto al precipio, en una etapa llena de amenazas y peligros que ahora parecen más atenuados.

Los analistas aseguran que el ‘procés’ está muerto y enterrado y que romper el gobierno independentista indica de que no habrá ningún otro ejecutivo en la Generalitat dispuesto a la secesión, al menos durante bastante tiempo. Ahora bien, esta afirmación de “bastante tiempo” tiene cierto sentido, ya que Cataluña parece necesitar romper la baraja, más o menos cada 4 décadas. Así ha sido desde hace un siglo.

El líder independentista, Jordi Sánchez ha dicho que “el procés, definitivamente, se ha cerrado”, y nos ha recordado que desde 2012 la política catalana se había caracterizado por la “búsqueda permanente de un acuerdo entre los dos grandes partidos independentistas”.

Pero, en todo caso, por qué hablamos del procés cuandto toca hablar del 12 de octubre, fiesta nacional de España? Tal vez porque ha sido el mayor peligro para su unidad.

Pitos al presidente

Como es habitual, el desfile militar, ya superada en gran medida la pandemia, volverá a atraer el interés de los madrileños en las calles y de los españoles a través de la televisión. Y como es habitual, habrá pitos y reproches a un presidente del Gobierno al que no se perdonan actitudes complacientes con los independentistas en la concesión de los indultos, tras ser condenados por el intento de secesión.

Lo cierto es que se pita a Pedro Sánchez cada 12 de octubre, cuando acude al centro de Madrid, pero también ocurre cuando sale a casi cualquier ciudad de España en la campaña de “pisar la calle”, que sus asesores de Moncloa han recomendado para recuperar apoyos cuando las encuestas no se muestran muy favorables, precisamente en un año de consultas electorales, primero autonómicas y municipales y, más tarde, generales.

Podíamos preguntarnos por los motivos de estos dos sinsentidos, que la unidad de España esté o haya estado recientemente en peligro siendo una de las naciones más antiguas y que se pite en el centro de la capital al presidente del Gobierno el día de la fiesta nacional.

Seguramente no hay razones diáfanas, aunque siempre habrá quien apunte ese caracter cainita de lo español que tira por tierra todo lo que tenemos y no presta ningún valor a nuestros éxitos y logros a lo largo de la historia.

En cualquier otro país de los que nos rodean, su fiesta nacional es un día de orgullo y reconocimiento de su grandeza y de su historia. Solo recordar las recientes imágenes de Londres  y de todo el Reino Unido, tras el fallecimiento de su reina. Nos produce una profunda envidia ver cómo todo un pueblo palpita orgulloso y sale a las calles y plazas para participar en una gran ocasión como que requería respeto y protocolo.

La unidad de un país no se puede poner en cuestión cada poco tiempo, solo por el capricho de unos aprendices de brujo que quieren manejar a su antojo las instituciones y los presupuestos, especialmente cuando el uso que se hace de los dineros públicos es para malgastarlos.