Por Jack Miur.
La guerra de Ucrania o, mejor dicho, la guerra de Rusia parece inagotable, sin un horizonte de paz en el futuro próximo.
Hace 8 meses que las tropas rusas invadieron Ucrania en lo que, entonces parecía una estrategia destinada a derrocar el régimen de Kiev, en un alarde de tensión bélica no vista en Europa desde la II Guerra Mundial.
Ahora, la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa califica a Rusia como “régimen terrorista” y seguramente la respuesta se queda corta, además de llegar tarde.
Los ataques de Rusia a objetivos civiles, incluyendo escuelas y hospitales, además de infraestructuras básicas para la vida, suponen crímenes de guerra horrendos e inaceptables que deben ser objeto de una acción contundente, no de represalia, sino de humanidad.
Mientras, el Kremlin denuncia un ataque en Bélgorod que deja varios muertos y, a la vez, Bielorrusia eleva la alerta ante lo que denomina ‘provocaciones’ de países vecinos. Hace falta tener poca verguenza y ser cínicos redomados, por no utilizar expresiones aún más explícitas.
Lo cierto es que continúan los bombardeos contra infraestructuras fundamentales ucranianas en una escalada interminable de una guerra que no parece tener fin, lo que provoca que los países cercanos se apresuren a mejorar sus defensas antiaéreas, en especial contra hipotéticos misiles atómicos.
Como consecuencia global, la subida sin control de los precios de la energía y de los carburantes ha desestabilizado al mundo desarrollado y ha provocado tensiones inflacionistas, con incrementos de los precios de los alimentos y los bienes básicos, además de una volatilidad amenazante en las bolsas.
Medidas sin pensar
En un entorno difícil de predecir, los gobiernos europeos practican políticas ‘atrevidas’, por no llamarlas suicidas, como el caso de la nueva primera ministra británica que anuncia una gran bajada de impuestos y a los pocos días, ante el derrumbe histórico de la libra, se ve obligada a rectificar por los propios diputados conservadores de su partido y hasta tiene que cesar a su ministro de economía para salvar su cargo en downing street.
La respuesta a la guerra y a sus consecuencias, según los expertos, no ofrece demasiadas opciones debido a la amenaza nuclear en manos de un presidente ruso al que nadie controla y a quien no parece temblarle el pulso. No en vano, ya en varias ocasiones, ha lanzado mensajes de amenaza nuclear.
Enfrentamiento directo
La respuesta de Europa y EEUU ha sido de unidad, pero, al menos por el momento, no se ha conseguido poner fin a la barbaríe. Es cierto que la ayuda en armamento sofisticaso y entrenamiento a las tropas ucranianas ha servido para equilibrar la balanza de la que se partía inicialmente con un ejército ruso mucho más numeroso.
Putin dice que la movilización que afecta a 220.000 soldados quedará completada en semanas y no prevé ampliarla. El líder ruso afirmó también que no considera necesarios más ataques masivos contra la infraestructura ucraniana, después de haber destruido aproximadamente un tercio de la red eléctrica del país, a lo que ha añadido que un choque directo con la OTAN llevaría a una catástrofe.
La Unión Europea, Estados Unidos y la OTAN han respondido firmemente a las declaraciones de Putin en las que había insinuado que el uso de armas nucleares no es descartable. Una amenaza a la que el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, ha dejado claro que la respuesta a ese uso sería devastadora.
En cuanto a Jens Stoltenberg, Secretario general de la OTAN, ha subrayado que “la retórica nuclear del presidente Putin es peligrosa e irresponsable. Nos tomamos en serio esta amenaza y permanecemos vigilantes. No nos dejaremos intimidar.
Por su parte, Lloyd Austin, Secretario de Defensa de Estados Unidos ha respaldado la postura de la OTAN y de la UE. “La retórica irresponsable y temeraria es peligrosa. Y por eso, cuando vemos el ruido del arma nuclear, no creemos que sea muy útil. Y de nuevo, es peligroso. La OTAN, de nuevo, no supone ninguna amenaza para Rusia”, ha declarado el estadounidense.
Mientras, el presidente Biden, durante un discurso en Nueva York, afirmó: “No nos hemos enfrentado a la posibilidad de Armagedón desde Kennedy y la crisis de los misiles de Cuba. Conozco bien [a Putin]. No está bromeando cuando habla del uso potencial de armas nucleares tácticas o armas biológicas o químicas, debido a los malos resultados, podríamos decir, de su ejército. No creo que exista la posibilidad de usar con facilidad armas nucleares tácticas y no acabar en Armagedón”.
Después su portavoz aclaró, sin embargo, que Estados Unidos no tiene indicios de que Rusia esté preparando un ataque nuclear.
Si Putin quiere parecerse a Catalina la Grande, es evidente que ni ahora es el momento adecuado de la historia para ‘hazañas’ de ese tipo, ni podrá hacerlo por mucho que quiera. Pero además, alguno de los líderes occidentales que hablan con él o incluso todos ellos, deberían transmitirle que debe deponer su actitud. Es el caso del presidente francés, Emmanuel Macron, que venido manteniendo encuentros con Putin, personales en una larga mesa en el Kremlin, o telefónicos periódicamente, pero se desconoce si sus conversaciones han servido para algo.
Alguien debe explicar a Putin que no puede amenazar al mundo de esta forma, provocando la inestabilidad del Planeta. Seguramente el presidente ruso ni lo entenderá ni hará el más mínimo caso. Por ello, la única esperanza es que el pueblo ruso o alguno de sus líderes desconocidos se rebelen contra esta locura.
Vivir con confianza en el futuro necesita estabilidad, por lo que sobran aquellos que la ponen en peligro con una amenaza constante a la inteligencia.
