Anticipar el futuro

¿Un acierto o un riesgo?

Anticipar el futuro

Por Jack Miur

Anticipar el futuro no es tarea fácil. Es incluso, algo imposible o, al menos, bastante improbable. Pero al mismo tiempo, estamos en cierta manera obligados a prevenir las consecuencias de algunas de las cosas que nos faltan por ver.

Esta debería ser la actitud firme de los gobernantes y responsables. En muchos casos, vemos como una costumbre demasiado arraigada en la mentalidad de quienes están al frente de la cosa pública la mirada corta. No se trata tanto del gusto de acertar con vaticinios o cálculos, sino más bien tratar de identificar potenciales riesgos y oportunidades para los asuntos que se encuentran bajo nuestra y mirada y, a la vez, responsabilidad sean avanzados a tiempo.

Producción, transporte y movilidad

El cambio que afecta actualmente a las actividades de la economía, la producción y el transporte de bienes y la movilidad de las personas se sitúa en un espacio referencial dominado por dos ejes de gran potencia de arrastre. Por una parte, la transición energética, en buena medida derivada de los condicionantes y riesgos del clima, que induce cambios en la motorización y logística de aprovisionamiento energético de los vehículos, poniendo la atención sobre la problemática del vehículo eléctrico y su aplicación a gran escala en el sistema de transportes.

Las smart cities

Además, la irrupción de la denominada inteligencia digital, vibrante revolución tecnológica que proyecta hacia los sectores del transporte por carretera innovaciones de calado como son el denominado vehículo autónomo y la infraestructura inteligente, tendencias que afectan al transporte y la movilidad tanto en las ‘smart cities’ como en las vías interurbanas. Estas últimas, las redes de carreteras, deberán ser en bastantes aspectos no menos smart que las propias ciudades y desde luego, lo suficientemente inteligentes, como para entenderse digitalmente con los sistemas informáticos embarcados en vehículos y demás medios de movilidad y transporte.

Para la humanidad actual, la que podemos considerar como la generación posterior a la Segunda Guerra Mundial, los cambios tecnológicos forman parte de lo cotidiano.

Los avances de la técnica ya no poseen el carácter de excepcionalidad ni producen el asombro con que se contemplaban estos fenómenos hace un siglo. Sin embargo, la continuidad del proceso de innovación que afecta a la vida del ser humano, su familiaridad con él y la aceptación del cambio como parte de la cultura de la época, no garantizan a priori que podamos predecir los efectos de la tecnología en la sociedad.

La llegada del PC

Tenemos que sentirnos responsables en gran medida de esas transformaciones y abandonar esa particular ingenuidad. Así, si recordamos que el nacimiento de la denominada informática personal con la aparición del PC, al comienzo de la década de los ochenta, fue vista por muchos como una esperanza para la reducción de las horas de trabajo en la jornada laboral y un aumento sustancial de las vacaciones, efectos deseables que induciría la mejora de la productividad empresarial. Algo irrisorio, según se ha comprobado más tarde.

Internet

En lo que se refiere a la movilidad, una contradicción parecida. Los inicios de Internet y la extensión de las redes digitales de comunicaciones llevaron a pensar en una menor necesidad de moverse, es decir la posible atenuación de la demanda agregada de transporte y movilidad en virtud de las posibilidades del teletrabajo, el comercio electrónico y demás actividades que pueden ahora efectuarse sin presencia física y con la sola proximidad necesaria a un laptop o terminal móvil.

El riesgo puede ser predecir algunas cosas

En realidad, en condiciones normales de la economía, los efectos parecen ser justamente los contrarios: las personas viajamos más y las mercancías se mueven más, más lejos y con ciclos de vida más acelerados. Quede por tanto constancia de lo arriesgado que es predecir determinadas cosas.

 

 

 

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