Los entornos ultravolátiles, por una parte requieren una respuesta de alta adaptabilidad y, por otra, una promesa de estabilidad. El comercio físico, el brick&mortar o “la tienda de toda la vida” tienen la capacidad de ofrecer ambos parámetros a la vez.

Estamos cada vez más habituados a na­vegar en espacios efímeros con alta capa­cidad de desaparecer o reinventarse. La polivalencia y la transversalidad son valo­res altamente cotizados, tanto en las per­sonas, como en los espacios, a los cuales exigimos que sean creativos, cambiables y que se anticipen desde la fase de diseño y construcción a sus usos futuros.

La arquitectura del retail, desde antes de la pandemia, está inmersa en el intenso ejercicio de anticipación futurista de usos, costumbres y necesidades. Antes del Co­vid estábamos presenciando una fusión de usos de los espacios comerciales, prio­rizando los aspectos como la experiencia, el ocio y la dimensión social. Estos pará­metros siguen siendo vigentes, aunque es la seguridad que ha ganado en la carrera de valores durante los últimos meses.

Estamos en el momento de pausa, pero a su vez, de intensa reflexión, redefini­ción de los valores y las prioridades. Los cambios de espacios han de ser rápidos, pero no precipitados, estables, pero no permanentes, versátiles, pero a su vez genuinos. Este tipo de formatos lleva a pensar en cambios y reformas continuas, en espacios modulares o modulables, de fácil readaptación.

El retail es un elemento de cohesión social y cambia según los usos y costumbres de sus tiempos. Actualmente, por un lado, hay una tendencia de vuelta a la ciudad, pero, por otro, hay necesidad de desco­nexión de los urbano y regreso a la na­turaleza. En ambos casos la proximidad, entendida tanto al nivel geográfico, como desde el diseño, es un valor clave. Quizás esta constante reinvención, incesante re­adaptación y capacidad de escuchar al entorno sean los conceptos claves. Sobra decir que el entorno natural, económico y social pide a gritos ser sostenible en todas las dimensiones.