La escalada desbocada de los precios pone en peligro la recuperación y limita las opciones para que el consumo impulse la economía.

Los dos digitos en el incremento del IPC no se veía desde hace 37 años. Al situarse en el 10,2% se encienden todas las alarmas y el poder adquisitivo de las familias y también sus ahorrros se ven mermados considerablemente abriendo un período de incertidumbre y nubarrones en el horizonte.

La subida de los precios, lejos de moderar, sigue una vertiginosa senda ascendente en los mercados internacionales, poniendo de manifiesto el fracaso de las medidas puestas en marcha por el Gobierno.

Los bancos centrales se fijan especialmente en la evolución de la inflación subyacente, que deja fuera tanto alimentos como energía, por definición los componentes más volátiles del índice.

En ese flanco también arrecia la preocupación: la aumenta seis décimas, hasta el 5,5% interanual. De confirmarse en la lectura definitiva, sería la más alta desde agosto de 1993.

La realidad es que la subida incesante de la inflación parece cada mes más enquistada y sin solución, lo que lo convierte un problema de mayor complejidad. Los alimentos ya marcaron en mayo el ritmo de subida más alto en casi tres décadas, un 11% interanual, y aportaron 2,5 puntos a la subida de la inflación.

La crisis ucraniana ha hecho subir el precio de los cereales, impactando en pan, pastas alimenticias, harinas y otros derivados.

Además, están más caros los piensos y, por tanto, las carnes. Y los combustibles han seguido subiendo este mes, con el Brent alrededor de los 120 dólares buena parte del mes, impactando tanto de forma directa al llenar el depósito (el mercado ha fagocitado los 20 céntimos de descuento del Gobierno) como indirecta, al incidir en precios de alimentos y otros bienes y servicios.