Por Jack Miur.
Si queremos que haya un equilibrio en nuestras organizaciones sociales, tenemos que partir de un pensamiento inexcusable. Todos los hombres estamos llamados a convivir con los demás, a pensar en los demás y a servir a los demás.
Y sabemos también que la actitud de servicio y apertura a la sociedad late debe ser una constante en nuestra organización social.
Es evidente que nuestra primera responsabilidad está en nuestros cometidos más específicos. Y por ello, estamos obligados prioritariamente a servir a la sociedad en tareas de programar, proyectar y construir un nuevo orden basado en el equilibrio.
En un marco mundial como el actual, caracterizado por los avances tecnológicos y la globalización, cualquier grupo empresarial que quiera prosperar y ser competitivo ha de prestar su primer nivel de atención a su avance tecnológico y a su internacionalización.
España tiene hoy una fortaleza que consiste en la dimensión internacional, la capacidad financiera y el liderazgo sectorial global de algunos grandes grupos empresariales; como la banca, las infraestructuras, la construcción, las telecomunicaciones y la moda, sin olvidar nuestra tradicional fortaleza en los sectores de ocio, turismo y gastronomía.
Nada ha contribuido tanto al progreso de España y a su cohesión territorial como la mejora en el equilibrio social, factor siempre determinante para el desarrollo económico de un país, al facilitar el acceso a los mercados, reducir los costes de producción, impulsar el intercambio de bienes y servicios y aumentar la productividad.
En la evolución económica de todos los países, las limitaciones de la financiación pública, con necesidades siempre superiores a las disponibilidades, han condicionado negativamente los capítulos de inversión. Por falta de financiación pública, ha habido sectores generadores de renta, riqueza y empleo que han ido retrasando el crecimiento y se han convertido en un freno para el avance económico.
Para avanzar más, se requiere indefectiblemente complementar con recursos privados las limitadas disponibilidades de las arcas públicas y, en consecuencia, contar con la participación de empresas y financiación privada.
Productividad
Al pretender niveles crecientes de bienestar material, hemos de partir del reconocimiento de que ninguna familia, ninguna empresa, ningún país, puede consumir a largo plazo productos con más valor de los que produce; y que, en consecuencia, niveles crecientes de bienestar, es decir de consumo per cápita, sólo son posibles con niveles también crecientes de producción per cápita, es decir de productividad.
Esa mayor productividad sólo es posible con personas y con empresas más eficaces, lo que se alcanza gracias a la educación, a la innovación en sectores estratégicos, generando grandes palancas del bienestar que posibilitan que el PIB per cápita crezca de manera incesante.
Las empresas son los motores de la economía, como organizaciones productoras de bienes y servicios. Y las empresas, al estar movidas por personas, son el cauce para que mejoras en la educación y en los conocimientos de esas personas conduzcan también a mejores niveles de productividad.
Respecto de la ciencia, su concepto es definido con justeza por la Real Academia Española, en su diccionario de la lengua, como “el conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y comprobables experimentalmente”.
Desde hace varios miles de años, el hombre había conseguido importantes avances en algunas ciencias. Como ejemplo de hombre de ciencia, Arquímedes, que vivió en el siglo III a. de Cristo -y que fue probablemente el más ilustre matemático y físico de la antigüedad- realizó grandes aportaciones científicas, como la medida del círculo, de la esfera y del cilindro; definió el principio hidráulico que lleva su nombre, y consiguió importantes inventos mecánicos, como el tornillo sin fin, la rueda dentada y el polipasto.
Sin embargo, las antiguas civilizaciones no llegaron, en general, a ser capaces de aplicar sus conocimientos científicos a tecnologías que mejoraran los niveles de bienestar de la población. Mientras que los avances técnicos de los últimos siglos y especialmente de las últimas décadas, muy superiores a los de cualquier período anterior, han permitido enormes progresos para la humanidad.
Y así, la duración de la vida media de la población, que durante milenios se había mantenido sensiblemente constante, en el último siglo -del año 1901 al año 2000- se ha doblado, pasando de 30 a 62 años en el conjunto del mundo y de 45 a 75 en los países desarrollados. Y, así también, los avances técnicos han permitido que una población creciente esté cada año mejor alimentada; y ello, con el mismo número de hectáreas cultivadas, gracias al uso de fertilizantes químicos y a otros avances técnicos.
La innovación
Hemos anticipado que en cualquier territorio las tres grandes palancas que impulsan la productividad son la educación, las actividades de I+D+i y la innovación. En efecto, es evidente que una población más educada realiza sus actividades con mejor preparación y por lo tanto con mejor eficacia y mejor productividad.
Para precisar el concepto de la innovación debemos primero referirnos al conjunto de actividades de Investigación, Desarrollo e Innovación en sus tres fases, I+D+i, diferenciadas y sucesivas en el tiempo:
Innovamos, por tanto, cuando aportamos conocimientos que introducen cambios en productos o procesos, para que esos productos o procesos valgan más en el mercado. Y así, una economía innovadora, sin requerir un mayor consumo de factores de producción, es capaz de generar más valor añadido.
De un modo preciso, podemos decir que la innovación consiste en aumentar el valor añadido de productos o procesos por la aplicación de conocimientos.
De los conceptos expuestos resulta que en la fase de investigación estamos, valga la expresión, “metiendo dinero” en ampliar los conocimientos científicos. Mientras que, en la fase de desarrollo, para estudiar cómo aplicar los nuevos conocimientos científicos a la realidad, seguimos “metiendo dinero” en desarrollar tecnologías. Por fin, sólo “sacamos dinero” de las actividades de I+D+i, cuando innovamos. Es decir, cuando aplicamos los conocimientos obtenidos en las fases de I+D para aumentar el valor añadido de productos o procesos.
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